Si algo le voy a agradecer siempre a mis padres es haberme criado en un
ámbito deportivo. Más que deportivo, de club. Donde había grupos, y te ponías
hablar y tomar mates en cada uno de ellos. Donde a lo lejos todos se saludan
con todos. Aunque nunca falta ese saludo falso de sonrisa que a los segundos se
da vuelta y te descuartiza.
Nunca voy a olvidar este lugar que me vio crecer. El llegar y ver ese
estacionamiento repleto, significado de que estaban todos tus amigos. Diversión
asegurada. Caminar por el pasto para llegar, en esas tardes calurosas de
verano, a las piletas que mataban esa sensación sofocante. El guardavida que te
chiflaba para que no te tires más del borde. Nunca faltaba el remolino en la
pileta de abajo. Todo hasta que te agarraba el hambre a eso de las 5 donde
parabas para un mate con galletitas.
Ya empieza a atardecer, el calor calma y llega la verdadera acción. El
polvo naranja te pide que vayas. ¿Y cómo decirle que no? Agarras la raqueta y
siempre alguien te dice que sí... Pelota va pelota viene. Se termina el partido
con la puesta de sol. Si no es el polvo de ladrillo, es el pasto verde de la
cancha de rugby quien invita a los chicos a sumarse un picadito.
Terminada la acción, se viene el último chapuzón.
Si es sábado, no falta el asadito en los quinchos compartidos...
Familias y grupos de amigos compartiendo una comida, una cervecita, una coca
para los más chicos, un momento que se guarda como anécdota. ¿Cómo olvidar a tu
mama poniendo cara porque tenía que preparar 200 cosas para el bendito asado y
que cuando llega con un chistecito, un saludito se le pasa todo? Como olvidar
cuando jugábamos al poli-ladrón todos los pibes, matando el tiempo para comer.
El momento glorioso cuando uno de los grandes grita “Chicos, a comer!!”.
Ya no importa quién gana la escondida, la pancita hace ruido y nada más
importante que hacerla callar. La tabla con el asado empieza a correr por la
mesa y con ella, las diferentes conversaciones, “No viste la pelota que se erró
pepito en la red!?”, “el lunes jugamos, no?”, “empieza un torneo, lo jugamos?”,
viste lo linda y simpática que es la hija de Claudio?”, “Y lo terrible el nene
de pancho?”. Paro un poco la pelota. Me mantengo callada, cierro los ojos y
sonrió. Qué lindo es respirar este aire despreocupado, donde solo importa el
momento, el AHORA.
Cuando volvamos a hacerlo, ya no va a hacer como siempre. Ya no van a
estar solo los de siempre, va haber una estrella, la que nos va a estar acompañando. Una estrella rubia, que siempre tuvo una sonrisa y un “¿Cómo estas
chiquita?”.
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